Los angeles: el ejercito divino de Dios
Organización jerarquica de los Ángeles
Escrito por Pilar Guiroy
Aunque los ángeles que aparecen en las primeras obras del Antiguo Testamento son impersonales y están opacados por la importancia del mensaje que traen o del trabajo que hacen, existen indicios de una jerarquía en el ejército divino.
Luego de la caída de Adán, el Paraíso fue protegido de nuestros Primeros Padres por Querubines, que son ministros de Dios aunque nada se dice de su naturaleza. Solo en otra ocasión aparecen en la Biblia, esto es, en la visión de Ezequiel, donde son descritos con gran detenimiento (Ezequiel 1) y también son llamados Querubines en Ezequiel 10. El Arca fue guardada por dos de ellos, pero sólo podemos hacer conjeturas acerca de cómo eran. Se sugirió que tenían su contraparte en los toros alados y los leones que guardaban los palacios asirios, así como también en el peculiar hombre alado con cabezas de águilas, que son descritos en las paredes de algunos de sus edificios. Los Serafines, por su parte, aparecen sólo en la visión de Isaías 6:6.
Se ha hecho una mención a los siete místicos que están frente a Dios, y parece que tenemos en ellos la indicación de un cordón interno que rodea al Trono Divino. Por otro lado, el término “arcangel” aparece solo en San Judas y en 1 Tesalonicenses 4:15; pero San Pablo nos ha provisto de dos listas más de las cohortes celestiales. Él relata (Efesios 1:21) cómo Cristo se ha levantado “sobre todo principado, poder, virtud y dominio”; y en una carta a los Colosenses (1:16) dice: “Por Él fueron creadas todas las cosas en el Cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible, ya sean tronos y dominaciones, como principados y poderes”. Nótese que usa dos de estos nombres refiriéndose al poder de las tinieblas, cuando (2:15) habla de Cristo como Aquel que “se despoja de todos los principados y poderes (…) triunfando así sobre ellos en Sí mismo”.
Y es llamativo que unos renglones después advierte a sus lectores que no se dejen seducir por ninguna “religión de ángeles”. Así, le pone un límite a la angeología lícita, y al mismo tiempo previene sobre el peligro de la superstición sobre ella. Tenemos un indicio de tales excesos en el Libro de Enok, donde, como ya se dijo, los ángeles juegan un papel desproporcionado. Similarmente, Josefo (Bel. Jud., II, viii, 7) nos dice que los Esenios tenían que realizar un voto para conservar los nombres de los angeles.
|