Sobre las referencias de los ángeles en las Escrituras
El término ángel según Septuaginta - parte 3
Escrito por Pilar Guiroy
Un proceso de evolución del pensamiento teológico acompañó siempre al desarrollo creciente de la Revelación Divina, y esto resalta en las distintas versiones relativas a la persona del Dador de la Ley. El texto Masorético, así como el Éxodo en la Vulgata (3 y 19-20), representan al Ser Supremo como una aparición a Moisés por medio de una zarza en el monte Sinaí, pero la versión de la Septuaginta, aunque está de acuerdo en que fue Dios el que entregó la Ley, dice que fue “el Ángel del Señor” el que apareció en esa zarza. En tiempos del Nuevo Testamento, la visión de la Septuaginta prevaleció, y el Ángel del Señor no sólo es el que aparece en la zarza, sino que también es el Dador de la Ley (ver Gálatas 3:19; Hebreos 2:2; Hechos 7:30).
El personaje del Ángel del Señor encuentra su contraparte en la personificación de la Sabiduría en los libros Sapienciales, y al menos en un pasaje (Zacarías 3:1) parece representar al “Hijo del Hombre”, a quien Daniel (7:13) vio comparecer ante “el Anciano de los Tiempos”. Zacarías dice al respecto: “Luego me hizo ver al Sumo Sacerdote Josué, de pie ante el ángel del Señor, mientras el Adversario estaba a su derecha para acusarlo”. Tertuliano interpreta muchos de estos pasajes como preludios de la Encarnación, como la Palabra de Dios que bosqueja el camino por el que llegará Su revelación a los hombres (ver adv, Prax, 16; adv. Marc., II, 27: III, 9:I, 10, 21, 22). Es posible rastrear en estas confusas visiones, vagos indicios de algunas verdades dogmáticas relacionadas con la Trinidad, reminiscencias quizás de las primeras Revelaciones, guardadas como una reliquia por el Protoevangelio en Génesis 3.
Los primeros Padres, siguiendo al pie de la letra el texto, mantuvieron que fue Dios mismo quien se apareció. Aquel que se apareció fue llamado Dios y actuó como Dios. No ha de extrañar entonces que Tertuliano pensara a estas manifestaciones como las luces precedentes de la Encarnación, y la mayoría de los Padres de Oriente siguieron su línea de pensamiento, que continuó hasta 1851 con la “Dissertatio de Theophaniis sub Viteri Testamento” de Vanderbroeck (Louvain).
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